Guillermo del Toro: 'Al ganar el Oscar mi padre entendió mi oficio por primera vez'
El director mexicano de 'La forma del agua' confiesa su pasión por lo diferente a la vez que alerta sobre la necesidad, ahora más que nunca, del cine, del arte. Y todo en en Málaga, donde ha sido homenajeado
Guillermo del Toro está enamorado. Y lo está del mismo amor. Dicho así, hasta impresiona. Pero es lo que hay. Lo dice su sonrisa, su forma de abrazar, de sentarse y hasta él mismo, alto y claro, a poco que se le dé pie. «Lo más arriesgado ahora mismo», razona se diría que emocionado, «es la emoción». Se toma un segundo, respira rápido y procede a explicar lo apenas dicho: «Si yo digo ahora mismo, como artista, que no creo en el amor. Tú dirás: 'Qué hombre tan sabio'. Si en cambio digo lo que pienso, que creo en el amor, tu reacción será: '¡Qué dice este gordo ñoño!'». Ríe y concluye: «La esperanza o la emoción son hoy muy arriesgadas de abrazar». Y le creemos.
El director mexicano llega a Málaga con sus Oscar (dos a él en propia persona y cuatro a su película)debajo del brazo.El festival del cine en español le rinde homenaje consciente tal vez de que lo importante no es tanto la lengua que se habla como el lenguaje que nos habla. El matiz importa. Qué más da que buena parte de la obra del mexicano sea en inglés. La forma del agua se convirtió el pasado mes de marzo en algo más que la historia de una muda enamorada, como el propio director, de un dios.¿O era de un monstruo? De repente, no sólo fue (y es) la película del año sino que quizá, a poco que se siga el razonamiento a su director, se transformó en síntoma de nuestro tiempo; de nuestro tiempo recién bombardeado. «Este es un momento en el que hay un cambio en el modo en que nos relacionamos con la verdad y la mentira, un cambio de prisma universal que afecta al modo como entendemos el mundo», dice cuando se le pregunta a bocajarro por Trump. Y sigue: «Ahora estamos en una era postnarrativa y por eso creo que todos los narradores son ahora más importantes que nunca. Se consumen historias de forma tan rápida que la manera de encarrilar la psique colectiva es por medio de relatos que no sean desechables».
Y, en efecto, lo damos por hecho, su película aspira a quedarse. «Sin duda», responde. «La hice porque me urgía. Tenía un sofoco en la garganta que me obligaba a soltarla. La ideología cada vez está en espacios más estrechos que obligan a la división. Cada vez encontramos más razones para hablar de nosotros frente a ellos». Pausa. «Lo que importa, sin embargo, es nosotros».
Digamos que en este espacio de encuentro, de reformulación, a la vez profundamente humano y evidentemente monstruoso, se encuentra toda la filmografía de Del Toro, cada fotograma habitado por cada una de sus criaturas. «Lo diferente o lo monstruoso es la búsqueda de lo comunitario. Lo trágico es la ilusión de la diferencia que viene armada por una estructura social, religiosa o política. Y eso nos impide vernos los unos a los otros».
Imágenes extraídas del libro 'Guillermo del Toro. Gabinete de curiosidades. Mis cuadernos, colecciones y otras obsesiones', editado por Norma Editorial. Los dibujos pertenecen a los cuadernos de notas realizados a lo largo por el propio director.
- ¿Y cómo ha cambiado todo este santoral terrorífico todos estos años?
- Hace años, en una entrevista, me pidieron que eligiera una de las escenas que más me afectaron. Escogí una escena de La mujer y el monstruo [cinta que inspira a La forma del agua]. Tenía seis años, vi eso y entendí el amor. Y entendí el martirio del cristianismo con Boris Karloff cruzando el umbral en la película de James Whale antes que por cualquier imagen católica.
Cuenta que está convencido de que nada es casual en este vida. Y en su teoría, cerca de Carl Gustav Jung, incluye, como el propio psicoanalista, todo. «Nada en la vida es accidental. El peregrinaje que estoy pasando después del Oscar me lo demuestra. Todo es una vuelta a casa. La primera visita fue a mis padres... Luego, al festival de cine fantástico en Bruselas donde fui con Cronos. Cuando he visto las dos películas juntas, la primera y la última, me he dado cuenta de que en las dos hay un personaje central femenino que podría ser la versión adulta del otro; hay un mismo lema en las dos que dice que hay que amar al monstruo; ambas llevan lo extraordinario a lo ordinario... Y volver aquí, a Málaga, es como volver a la casa del cine español. Ayer fui a la Alhambra, pero también fui a El Corte Inglés a comprar DVD y Blu-ray», dice e insiste: «Uno de los grandes cipreses de mi vida es Víctor Erice. Lo que yo sentí al ver a la criatura Frankenstein cuando era niño es exactamente lo que sintió Ana Torrent en El espíritu de la colmena. Es como si alguien escribiera tu biografía... Y es una vuelta a casa». Queda claro.
- ¿Y ahora que ya es parte de la gran industria, ¿cómo sienta dejar de ser un heterodoxo?
- -[Aquí un respingo] Lo de heterodoxo no se quita con nada. No hay vitamina C para eso. La manera en la que te relacionas con tu trabajo es la que dicta lo que eres. Desde hace muchos años siempre he tenido oportunidades para grandes películas y las tomo o no las tomo. Lo que es muy hermoso es que llegues a esto con un hilo de coherencia. La terquedad sostenida se convierte en estilo. Y eso es muy hermoso.
No tiene claro que el Oscar vaya a significar nada más que lo que ya significa. Sea eso lo que sea. «¿Alguien se acuerda de quién lo ganó en 1982?», dice a modo de sortilegio. Nadie contesta. También comenta que decidió tiempo atrás tomarse un año sabático y el Oscar no ha cambiado nada. «El momento clave para mí fue cuando llegó el premio del director, que es el que me afecta más. Subes al escenario, te das la vuelta y ves un montón de caras que es un catálogo de cine. A nivel personal, por otro lado, es la primera vez que mi padre entendió mi oficio. Nunca había comprendido nada. El Oscar tiene un asunto físico importante: es bello y pesado. Mi padre lo cogió y vi en su cara un brillo distinto. Algo cambió».
Y llegados a este punto, ya entra hambre. «El sur de España para un mexicano es algo muy especial. La manera en que la gente habla, la manera en que la gente vive, la manera en la que se come... Cuando se habla de España son tantísimos países para mí y tan diferentes...».
- ¿Y cómo contempla un mexicano lo de Cataluña?
- Algo parecido está pasando en todo el mundo. Sería indecente y barbárico arriesgar una opinión.
No es el momento. Ahora toca, ya se ha dicho, amar, amar al monstruo.
Fuente: El Mundo
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